Bien, recorrí el país por los bordes.
Imagino que para reconocerlo mejor o para no perderme pero eso nunca fue elección mía y, si lo hubiera sido, nunca podría haber tenido ninguna razón para elegir una u otra opción. El fin del recorrido fue como reconocer la verdad de las promesas y de las cosas que nunca se escriben y que son siempre reales. Como volver a tener fe en pequeñas y grandes cosas, como dar tres pasos y no uno. El frío se acumulaba en mis huesos, esos que ahora me avisan de algo que no sé qué es con un dolor intenso en el costado, tal vez echan de menos el frío, lo mismo que yo. Quiero taparme los pies con una manta, que llueva afuera, que me vuelva a quejar del frío, comer queso y huevos y que para ti siga siendo verano mientras me aprieto la manta al cuerpo.
Bien, recorrí el país por los bordes hasta el mar.
No quise reconocer nada en el trayecto de vuelta porque me iba a impresionar la distancia y todas las cosas que quedan en medio y que no quiero conocer. Mientras pensaba que mi muerte iba a ser inminente, una azafata me ofrecía un cigarrillo electrónico y un set de maquillaje en oferta. A mi lado, un matrimonio mal avenido cuyo miembro varón se acababa, creo, de tomar algunos gin tonics, me miraba con sorpresa cuando miraba al suelo y me cogía con pavor al asiento de enfrente. Hice un recorrido mental de todos los objetos, de los cuadros, de la cocina, del sofá, de la cama, de tu guitarra, de los sitios secretos... y sin darme cuenta pisé tierra firme. Treinta y siete grados me esperaban con los brazos abiertos. Empecé a odiar a los empleados de todos los servicios públicos, al sol, al asfalto, a la mayoría de caras que me cruzaba. Busqué tabaco, no lo encontré y salí al infierno a pedir un cigarrillo antes de coger el autobús loco, pero me cuesta pedir tabaco a la gente que no conozco y así me quedé con las ganas, debería tener un cigarrillo electrónico, pensé. De vuelta a casa, dos mujeres alegres y salerosas a las cuales les importaba una mierda molestar o no a todos los que no éramos ellas, me deleitaron durante dos horas, con el volumen del Iphone a tope, con los grandes éxitos de Andy y Lucas, Los Rebujitos y la puta madre que los parió. Abrí la puerta de casa, el frigorífico en busca de una cerveza fría y me saludó una media cebolla y una jarra de agua fría. No deshice la maleta porque en el fondo todavía no quiera llegar. Me sentí extraño en mi propia casa durante unas horas, me costaba trabajo saber donde estaban las cosas, los vasos, los platos pequeños...no quería estar aquí, no quería volver...me pongo triste muy a menudo y echo de menos como nunca...así no es la vida y los kilómetros no son kilómetros...ahora leo poesía gallega fingiendo que lo entiendo todo y crece con violencia mi deseo de doblar este puto país para que caigas sobre mí y luego soltarlo de golpe a ver si se hunde...
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